Creo en Dios, padre Todopoder... No. Bueno, quizás sí, pero con ciertas reservas. En lo que realmente creo es en la fuerza de un corazón herido, en el calor de los rayos del sol, en la sonrisa sincera de un amigo, en las lágrimas de una madre que debe decir adiós a sus hijos, en el sabor de la canela en el café de la mañana, en tus ojos oscuros, profundos, rasgados y perezosos cuando el sol apenas asoma por tu ventana, en la risa incontenible de un niño, en el olor del pan caliente con mantequilla y la sensación que deja en la boca, en el sonido de la trompeta de Louis Armstrong y en los escalofríos que me erizan la piel cuando lo escucho, en el baile (ese que hacemos cuando nos invade la alegría) descontrolado y espontáneo, en el vaivén de nuestros cuerpos húmedos dominados por una pasión desesperada, en las tiernas notas de un ukulele, en la blancura de la espuma que delicadamente besa la arena de mi playa favorita, en la sabiduría de los árboles y el poder curativo de los perros, en la imperiosa necesidad de ayudar que me invade constantemente y, sobre todo, creo irrevocablemente en ti.
Hablando de libertad de expresión, de disentir, de asentir, de asistir, de servir, de sentir, de vivir, de morir, de dormir, de huir. Pensamientos, deseos, sueños, hechos y desechos cambian, día tras día, la historia de este lado del mundo.
febrero 22, 2013
febrero 19, 2013
Sueños y riesgos
Tengo ya varios días soñando recurrentemente con palabras. No sé si tiene algo que ver el hecho de que estoy leyendo como una endemoniada o si se trata de una respuesta inconsciente a la pregunta que llevo dentro desde hace ya tiempo: ¿debería retomar este blog?.
Es una idea que me causa una irrefrenable emoción, pero también me paraliza de miedo. ¿Sobre qué voy a escribir?, ¿podré dedicarle suficiente tiempo?, ¿tendré la voluntad y el valor de desempolvar mi pobre cerebro, que dejé guardado en el trastero llenándose de telarañas?
Tengo un millón de ideas revoloteando en mi cabeza y haciendo fiesta con mis horas de sueño, pero sencillamente no sé cómo organizarlas. A veces pienso que lo mejor es dejarlas fluir y empasticharlas todas aquí, una sobre otra; creo que lo prefiero antes que dejarlas escaparse por la escalera de incendios; pero otras veces me fijo en algunos blogs que conozco -súper ordenados y súper exitosos, sobra decir- con un hilo coherente de temas y con sus odiosas publicaciones regulares y me da la impresión de que mi pobre rincón se va a quedar solito con su vino barato en la mano y su desgastada sonrisa esperando en el porche a que lo vengan a visitar.
Sin embargo, siempre he considerado que el que no arriesga no se acerca ni siquiera la oportunidad de ganar y que, siempre, siempre, siempre, es quien pierde, así que ¡aquí voy! Intentaré que esta parcelita tenga cultivos frescos constantemente y que no se me marchiten por falta de riego.
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