abril 19, 2013

Soledad

He aprendido a vivir contigo, Soledad, a compartir contigo mis días y mis noches, a invitarte al café de la mañana, a reconfortarme en tu denso abrazo. Me gusta cuando te sientas junto a mí en el sofá, Soledad, mientras degusto una buena lectura, aunque a veces trato de ignorarte un poco, sólo un poco, porque, en el fondo, esas veces me agobias. No puedes pretender estar en todos mis recuerdos. Sé que eso te enfurece. No me gusta mirarte a los ojos, Soledad, tu mirada puede convertirse en una peligrosa arma, es aguda y gélida, es profunda y bélica, como la de Medusa. Eres mi más fiel compañera, Soledad, te regodeas de ello. Tu nombre ondea en la bandera de mi barco y cubre las paredes de mi desgastado corazón. Eres sempiterna, Soledad, tu esencia es tangible. Puedo olerte, puedo oírte cuando cantas en un susurro mis canciones favoritas. Atesoras mis más oscuros secretos, conoces mi historia como la tuya misma, eres mi confidente, Soledad. Pero como todo en esta vida, algún día partirás de mi lado. Me quedará tu sabor en la boca y tu indeleble marca en el alma. Recordaré las largas tardes de verano que pasaste junto a mí, las infinitas noches en que velaste mis tristes sueños, tu mano tibia enjugando mis lágrimas. Todo esto recordaré de ti, Soledad, y será como si no te hubieses marchado nunca.