febrero 22, 2013

Credo


Creo en Dios, padre Todopoder... No. Bueno, quizás sí, pero con ciertas reservas. En lo que realmente creo es en la fuerza de un corazón herido, en el calor de los rayos del sol, en la sonrisa sincera de un amigo, en las lágrimas de una madre que debe decir adiós a sus hijos, en el sabor de la canela en el café de la mañana, en tus ojos oscuros, profundos, rasgados y perezosos cuando el sol apenas asoma por tu ventana, en la risa incontenible de un niño, en el olor del pan caliente con mantequilla y la sensación que deja en la boca, en el sonido de la trompeta de Louis Armstrong y en los escalofríos que me erizan la piel cuando lo escucho, en el baile (ese que hacemos cuando nos invade la alegría) descontrolado y espontáneo, en el vaivén de nuestros cuerpos húmedos dominados por una pasión desesperada, en las tiernas notas de un ukulele, en la blancura de la espuma que delicadamente besa la arena de mi playa favorita, en la sabiduría de los árboles y el poder curativo de los perros, en la imperiosa necesidad de ayudar que me invade constantemente y, sobre todo, creo irrevocablemente en ti.