Hace un par de días estuve viendo el programa del chef Anthony Bourdain en Discovery Travel & Living. Como casi todos los programas que transmite ese canal, es una verdadera tortura para los amantes de la buena vida y –en este caso particular– la gastronomía. En el episodio que transmitían, Anthony –Tony, como se hace llamar- paseaba por las hermosas calles de San Juan de Puerto Rico, pero no el Puerto Rico de los resorts, hoteles, casinos lujosos y restaurantes 5 estrellas (paseo muy aburrido y predecible, como él mismo asegura), sino por la ciudad de las tradiciones, la buena comida regional, de la gente de verdad, con estrías, panzas y celulitis, con 20 o menos dientes, con más pelos en los brazos que en la cabeza, gente con sonrisas amplísimas y verdaderas, gente que disfruta hacer lo que hace, que vive el día a día plácidamente, sin estrés, sin demasiadas preocupaciones, gente definitivamente envidiable. Durante el programa, Bourdain comió y bebió más de lo que cualquier persona haya comido en toda su vida: cerdo en todas sus posibles formas, servido en platos de plástico en tarantines como los que vemos en la calle’l hambre, frijoles y arroz –infaltables en una mesa boricua–, frutos del mar (en una fiesta cool con uno de los mejores chef de la isla, de quien lamentablemente no recuerdo el nombre), mofongo, piña colada, ron, cervezas y cualquier clase de licor existente en la isla. Se metió en cuanta tasca vio; preguntó, preguntó y preguntó acerca de las costumbres locales, fue hasta un acantilado donde ocurrió la historia de Jacinto y su vaca y se sumergió en las profundidades oceánicas con la misión de encontrar a la legendaria langosta gigante. Sin duda, disfrutó como nunca y lo único que deploró, como dijo al final de su programa, fue no haber ido antes. Esta es la esencia de lo que yo considero periodismo: no sólo buscar entre maravillas urbanas, portentosos hoteles y restaurantes (en el caso específico del periodismo gastronómico), sino buscar en las raíces, en lo tradicional, en lo sencillo, en lo cotidiano. Esto lo planteó el maestro Ryzard Kapuscinski en su obra sobre África: el acercamiento a una cultura desde su centro, desde la historia, y no desde una terraza con vista al mar, desayuno inglés y aire acondicionado.
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