junio 08, 2007

Cerámica… Oh, cerámica

Desde pequeña he sentido una admiración desproporcionada por las figuras de cerámica. Creo que me afectó haber visto tantas veces La historia sin fin (la original, oz corz), con la Torre de Marfil, la Emperatriz con su piel de seda blanca y Falcor, que parecía un gigantesco algodón de azúcar con ojos de bombones y una mágica sonrisa.

Gracias a su adicción a las plantas, mi madre nos hizo recorrer decenas de viveros que hay en mi pueblo fantástico (léase Guatire) y en una ocasión fuimos a uno muy famoso llamado Jardín N° 1 (en Guarenas, parte de mi pueblo fantástico por extensión). Al bajar del carro, sentí que había llegado al paraíso: una pequeña puerta abierta al lado del vivero dejaba ver cientos de figuras de cerámica. Había de todo tipo: jarras, jarrones, porrones, cántaros, muñecas, payasos, figuras de alimentos, lámparas. Enloquecí. Vi, toqué, olí, sentí el frío de la cerámica y experimenté una sensación similar a la que debe haber tenido Jean-Baptiste Grenouille cuando completó su colección de perfumes.

Cierta vez mi madre tuvo la mejor idea de su vida: me regaló una figura de cerámica, y le regaló una a mi hermano mayor, nos compró pintura [de cerámica] y nos encargo –con una seriedad casi terrorífica- que las pintáramos para colocarlas en la mesita de café que tantas veces utilizamos como campo de batalla (teniendo un hermano varón, primos varones y vecinos varones no tuve más opción que jugar metras, carritos y a las peleas con G.I. Joes, Mazinger, Moto-Ratones y hasta Kens). Por alguna razón que desconozco, se borró de mi memoria qué figura me regaló, pero recuerdo perfectamente la que trajo para Eduardito: un payaso. Lo recuerdo por su peculiar manera de pintarlo, sólo utilizó verde, azul y rojo, así que más que un payaso parecía un gnomo, o un duende, con la cara verde, el gorrito rojo, la camisa azul y todo lo demás con una desastrosa mezcla de estos 3 colores. Viendo tal combinación y técnica, mi madre decidió darle un lugarcito un poco menos visible, la colocó en un rincón de la cocina con otras cosas horrendas, como una cestita vieja y rota llena de las cosas más insólitas que se puedan imaginar (desde tornillos hasta caramelos Piñata) , una bandejita plateada que seguramente regalaron en alguna Primera Comunión, un recuerdo de bautizo y una bandeja de madera donde solía colocar papeles inútiles que iba acumulando porque pensaba que algún día servirían para algo.

El payasito tecnicolor nos acompañó durante nuestra infancia, aborrescencia y nuestros primeros años de juventud. Cuando decidimos mudarnos, nos dijeron que nuestro adorado y fiel payaso fue a llenarle la vida de color a otra familia. Seguramente fue a llenar algún cesto de basura junto con las bandejas, los recuerdos de la primera comunión y el bautizo. Los papeles inútiles permanecen intactos, ahora en una caja debajo de la escalera de nuestra nueva casa, aguardando eternamente sus 5 minutos de fama.

3 comentarios:

Marcos Mendoza Saavedra dijo...

¡Los Moto-Ratones! ¡Son lo máximo!

Quetecotopereque dijo...

Qué belleza pippërmint...

La niña del bigote

Alea dijo...

:)