Gracias a su adicción a las plantas, mi madre nos hizo recorrer decenas de viveros que hay en mi pueblo fantástico (léase Guatire) y en una ocasión fuimos a uno muy famoso llamado Jardín N° 1 (en Guarenas, parte de mi pueblo fantástico por extensión). Al bajar del carro, sentí que había llegado al paraíso: una pequeña puerta abierta al lado del vivero dejaba ver cientos de figuras de cerámica. Había de todo tipo: jarras, jarrones, porrones, cántaros, muñecas, payasos, figuras de alimentos, lámparas. Enloquecí. Vi, toqué, olí, sentí el frío de la cerámica y experimenté una sensación similar a la que debe haber tenido Jean-Baptiste Grenouille cuando completó su colección de perfumes.
Cierta vez mi madre tuvo la mejor idea de su vida: me regaló una figura de cerámica, y le regaló una a mi hermano mayor, nos compró pintura [de cerámica] y nos encargo –con una seriedad casi terrorífica- que las pintáramos para colocarlas en la mesita de café que tantas veces utilizamos como campo de batalla (teniendo un hermano varón, primos varones y vecinos varones no tuve más opción que jugar metras, carritos y a las peleas con G.I. Joes, Mazinger, Moto-Ratones y hasta Kens). Por alguna razón que desconozco, se borró de mi memoria qué figura me regaló, pero recuerdo perfectamente la que trajo para Eduardito: un payaso. Lo recuerdo por su peculiar manera de pintarlo, sólo utilizó verde, azul y rojo, así que más que un payaso parecía un gnomo, o un duende, con la cara verde, el gorrito rojo, la camisa azul y todo lo demás con una desastrosa mezcla de estos 3 colores. Viendo tal combinación y técnica, mi madre decidió darle un lugarcito un poco menos visible, la colocó en un rincón de la cocina con otras cosas horrendas, como una cestita vieja y rota llena de las cosas más insólitas que se puedan imaginar (desde tornillos hasta caramelos Piñata) , una bandejita plateada que seguramente regalaron en alguna Primera Comunión, un recuerdo de bautizo y una bandeja de madera donde solía colocar papeles inútiles que iba acumulando porque pensaba que algún día servirían para algo.
El payasito tecnicolor nos acompañó durante nuestra infancia, aborrescencia y nuestros primeros años de juventud. Cuando decidimos mudarnos, nos dijeron que nuestro adorado y fiel payaso fue a llenarle la vida de color a otra familia. Seguramente fue a llenar algún cesto de basura junto con las bandejas, los recuerdos de la primera comunión y el bautizo. Los papeles inútiles permanecen intactos, ahora en una caja debajo de la escalera de nuestra nueva casa, aguardando eternamente sus 5 minutos de fama.
3 comentarios:
¡Los Moto-Ratones! ¡Son lo máximo!
Qué belleza pippërmint...
La niña del bigote
:)
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