junio 15, 2007

Llueve afuera, llueve adentro

La lluvia es una de las cosas que me estremece, que me afecta más de lo normal, a veces de buena manera, otras veces no tan buena, pero siempre me afecta. No sé si tenga algo que ver el hecho de que mi mamá se la pasaba cantando: “Esta tarde vi llover, vi gente correr y no estabas tú…”, pero esa canción siempre me entristecía. Para mí la temporada de lluvias es una especie de martirio, porque mi estado de ánimo cambia 912875487932695876329875632 veces al día. Paso de la felicidad pura al sentimiento suicida, de la depresión más profunda a una paz sublime, y así voy, vapuleada por el viento borrascoso del aguacero. Ayer, mientras el día se iba oscureciendo y los nimbos poblando el cielo, mi estado de ánimo se torno gris y sombrío. Salí de la oficina con ganas de nada y como detesto el metro, me subí en mi carrito hacia Petare para irme directo a mi casa. Llegando a La California se desató el gran palo de agua y con él la cola interminable, cosa que me alivió porque pensé que de allí a Petare la lluvia se aplacaría un poco y no tendría que mojarme tanto. Media hora después, cuando finalmente llegué a mi destino, la lluvia no había parado y había creado una laguna en la calle. Cuando logré cruzar el río y llegar hasta la cola del bus, me encontraba empapada hasta los huesos y con los pies tan entumecidos que apenas los sentía. Para hacer el cuento corto, llegué a mi casa 2 horas más tarde, con el cuerpo y el corazón empichacados y la cabeza a punto de estallar. Me bañé de nuevo (esta vez con jabón y agüita caliente), me tomé un café con leche muy, muy clarito y me lancé en mi cama a esperar a Morfeo. Esta mañana amanecí peor, sumida en una tristeza intolerable, acompañada de las infaltables lágrimas y una irreprimible necesidad de escribir, de gritar, de no sentir. Sin embargo, a esta hora me siento un poco mejor, mi perspectiva para esta tarde no es tan sombría, de hecho, es bastante alegre. Espero que al llegar a mi casa esté lloviendo a cántaros para acurrucarme bajo mi cubrecamas e idiotizarme frente al televisor con una buena taza de café y un pancito con chigüis.

4 comentarios:

Sparklers dijo...

Entiendo perfectamente lo que dices... la lluvia tiene ese mágico efecto de hacernos ir y venir en nuestro torbellino de sentimientos.
No sé qué la hace tan mágica: si son las gotas cuando caen, una a una sobre la tierra, la calle, los techos, el carro o las personas; si es el olor a tierra húmeda que me recuerda estar viva... sólo sé que me encanta y puedo disfrutarla al 100%, triste o tranquila (puesto que son las dos sensaciones que suelo tener cuando llueve).

Yo también deseo que llueva pero cántaros! de esas tormentas con truenos y centellas, donde el cielo se torna gris oscuro y negro, la brisa arrecia fuerte contra los árboles y pareceria que el mundo se acaba hoy.

Esperemos al fin de semana a ver qué pasa...

flequillo dijo...

A mí, particularmente, me encanta el olor que desprende la tierra durante y después de lluvia. Me idiotiza y me relaja bastante.
Me encanta la lluvia, hasta cuando me "emparamo". Sólo hay un problema con ella: La suciedad de Caracas (eso si me da mucho asquito).
Pero, en general, la lluvia me parece la mejor manera de empezar y terminar algo. De un calor infernal, puede pasarse a un ambiente fresco y agradable.

Besitos a tod@s

Sparklers dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Patzchka dijo...

Definitivamente lo mejor de la lluvia es el olor a tierra mojada. Y aunque me encanta, me fascina que llueva, a veces me pone taaaan depre que siento que la odio.. Pero es así, el amor y el odio van tomados de la mano y a veces no distinguimos cuál es cual... Besos a todas..